
.
.
.
Estoy sentado sobre mi cama,
mirando a mis pies descalzos
y buscando una ingenua excusa
para levantarme y caminar.
¿Ayer?
Ayer no dormí hasta tarde.
Cuando el reloj dio las dos,
cubrí mi cuerpo con la sábana blanca
que me regaló mamá.
Y en silencio repetía tu nombre,
para fingir durante dos segundos
que aquella noche, fue una de nuestras noches…
Cuando hablábamos por más de seis horas.
Luego yo me quedaba dormido
y tú me escuchabas roncar.
Te pienso todos los días.
¡Sí!
¡Debo aceptarlo!
Te pienso para reír.
Y también te pienso para llorar.
Y es que me es imposible olvidarte.
Olvidar, por ejemplo:
que junto a ti yo inventé un lenguaje nuevo.
Y junto a mí, tú aprendiste a cocinar.
Olvidar nuestro único viaje.
Tú mordiendo mis labios
y yo pidiendo que lo hagas despacio.
Los dos sonreímos…
Los dos amamos…
¿Los dos?
.
.
.